El País – 01/12/2012
Un panteón recoge los restos de republicanos asesinados en el valle de La Sauceda, Cádiz.
“Cuando llegaron los aviones y empezaron a caer las bombas, me refugié con mi hermano en una cañada. Oímos las explosiones aterrados durante horas. Por la noche, cuando creíamos que llegaba la calma, volvimos a la aldea. Allí vinieron y se llevaron a mi padre. Tenía siete años y, hasta hoy, no he vuelto a sentirme con él”. Junto al panteón donde ayer quedaron enterrados los restos de 28 víctimas del franquismo, resume Luis Garcés, de 83 años, sus recuerdos del ataque que sufrió el valle de La Sauceda, entre las provincias de Cádiz y Málaga. En noviembre de 1936, la aviación alemana, a petición de los sublevados, arrasó este diseminado rural que se había convertido en un feroz foco de resistencia republicana. Después empezó la represión.
Junto a Luis, otras 200 personas honraron la memoria de sus descendientes. En un pequeño cementerio, entre alcornoques y acebuches, ubicado en la ladera malagueña de este valle, descansan desde ayer los restos de 28 personas torturadas y fusiladas por los falangistas hace 76 años. Desde el camposanto se ve, justo enfrente, en la ladera gaditana del desfiladero, el cortijo de El Marrufo, un lugar que se convirtió en un salvaje centro de exterminio de todos aquellos que intentaban huir por esta ruta del avance nacional.
“Donde talaron vidas, sueños e ilusiones, retoñan la memoria y la justicia”. Es la leyenda que preside el bautizado como Panteón de la Dignidad, rehabilitado para reparar la memoria de las víctimas con los recursos aportados por Miguel Rodríguez, propietario de Festina, nieto y bisnieto de fusilados. Una placa con los nombres de 50 asesinados reclamados por sus familiares preside el monumento.
Durante los dos últimos años, la Asociación de Represaliados por el Franquismo de La Sauceda y El Marrufo, ha investigado, localizado y exhumado de siete fosas comunes los restos de las primeras víctimas, siete de ellas mujeres. Ayer culminó parte de este ingente trabajo con su sepultura. A la espera del resultado de las pruebas de ADN, los restos siguen sin identificar. Los huesos reposan en cajas de madera individuales clasificadas según el número de la fosa en la que se encontraron y el orden de hallazgo de cada cuerpo.
Una bandera republicana cubría tres filas de pequeños féretros. Levantada la enseña, decenas de descendientes, entre sollozos y aplausos, trasladaron los cajones al interior de la cripta con la esperanza de que sus muertos estén entre ellos. Las investigaciones apuntan a que entre noviembre de 1936 a febrero del año siguiente pudieron ser ejecutadas en la zona hasta 600 personas.
La Junta va a declarar el cementerio de la Sauceda “Símbolo de la Memoria” y se compromete desde 2013 a financiar nuevas labores de investigación y localización de fosas. Para las exhumaciones, sin embargo, no hay ya fondos.