El País – 13/07/2012 – Ana Huguet
Un grupo de voluntarios desentierran restos en un centro de tortura y exterminio del franquismo ubicado en una finca de la serranía de Gáliz.
En una fosa de cinco por dos metros excavada en la tierra, doce esqueletos perfectamente alineados a lo largo, comienzan a desvelar el horror que se vivió durante los primeros meses de la Guerra Civil en El Marrufo, una finca en la serranía cercana a Puerto Gáliz, entre los municipios de Jerez, Jimena, y la aldea de La Sauceda, en la provincia de Málaga. Uno de los cuerpos desenterrados aún tiene las muñecas atadas con un alambre que ha sobrevivido a la corrosión bajo tierra 76 años. Lo mismo que las balas, casquillos, botones, cremalleras y otras evidencias halladas junto a los cadáveres. En un hoyo contiguo hay otras dos osamentas que presentan orificios de bala en el cráneo. Estos hallazgos podrían ser sólo el avance de un macabro escenario formado por decenas de personas fusiladas en este cortijo que fue convertido por las fuerzas falangistas sublevadas, al inicio de la contienda, en un centro de tortura y exterminación.
Tras décadas de silencio, la Asociación de Familiares de Represaliados por el Franquismo de La Sauceda y El Marrufo ha comenzado a desenterrar este capítulo de la historia. Un equipo de arqueólogos y antropólogos excava la zona desde el 2 de julio siguiendo las pistas ofrecidas por los testimonios de vecinos de la zona. “La combinación de declaraciones de descendientes de fusilados y de investigaciones de archivos indica que, desde noviembre de 1936 a febrero del año siguiente pudieron ser ejecutadas en la zona entre 300 y 600 personas”, según Andrés Rebolledo, presidente de la asociación y coordinador del proyecto de exhumación.
Además, entre los alcornoques de estas laderas, tras la capilla que preside El Marrufo, una de las mayores fosas de Andalucía, yacen ancianos, niños y muchas mujeres que fueron violadas de modo sistemático por las noches antes de recibir un disparo de gracia, según algunos historiadores.
Semejante barbarie responde al ensañamiento que se produjo sobre los pobladores de esta comarca, último bastión republicano tras el alzamiento militar y en el que se presentó una enorme y feroz resistencia. Según Rebolledo, “en esta zona, escarpada, de difícil acceso y fácil defensa ante incursiones por tierra, se refugiaron centenares de vecinos de pueblos de los alrededores al empezar la guerra. Algareños, ubriqueños, cortesanos o vallenses intentaron huir hacia Málaga ante el avance de las tropas rebeldes desde el oeste de la provincia de Cádiz, y el valle de La Sauceda era la ruta natural”. Según las crónicas de la época, hasta cuatro batallones de rebeldes trataron de hacerse con la zona, pero fueron repelidos sufriendo numerosas bajas mediante emboscadas en las enfiladas que forman estas tierras. Hizo falta un bombardeo aéreo de tres aviones sobre el diseminado rural para hacer salir a los vecinos a los que fueron confinando en El Marrufo. La zona fue tomada finalmente por tropas de Falange y voluntarios de las Milicias al mando del teniente de la Guardia Civil de Ubrique, José Robles, quien convirtió la finca en centro de tortura. En tres meses finalizó su siniestro trabajo y abandonó, bajo un halo de terror, la comarca ya controlada por el ejército franquista.
Hoy, casi una veintena de voluntarios, muchos familiares de desaparecidos, forman el equipo de exhumación, que ayer sacó a la luz cinco nuevos esqueletos. Su objetivo: encontrar e identificar al máximo de personas enterradas en El Marrufo y darles una sepultura digna e individualizada en el cementerio de La Sauceda, al otro lado del valle.
Los descendientes de los fusilados, entre los que está el propio Rebolledo, quien perdió a su padre y a su tío, van a presentar una denuncia “por crímenes de lesa humanidad, que no prescriben, para hacer justicia”.
Los excavadores han comenzado a reunir pruebas para adjuntarlas a las denuncias. Se ha encontrado numerosa munición, tanto de arma larga (la del Mauser reglamentario entonces del Ejército), como de corta (9 mm largo), y restos de cremalleras, zapatos o una pipa de fumar.
Además, según señalan desde la asociación, la exhumación de estos cuerpos se va a complementar “con un estudio de los restos a cargo del antropólogo forense Juan Manuel Guijo y con la toma de ADN para tratar de identificar a los fusilados”. Está previsto que los trabajos se prolonguen todo el verano gracias a la colaboración de voluntarios. La organización, financiada al completo por el descendiente de un desaparecido de la Sauceda, ha instalado en la finca carpas para alojar en turnos de 15 días a los voluntarios.
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